¿Qué escucho cuando escucho el discurrir del tiempo?
Rodrigo Hernández
18 Julio de 2019 - 06 Octubre de 2019
Espacio de exhibición: Fachada y Cubo
Curaduría: Michele Fiedler
¿Qué escucho cuando escucho el discurrir del tiempo? es una nueva producción del artista mexicano radicado en Portugal, Rodrigo Hernández (Ciudad de México, 1983) en la que desarticula la idea del tiempo como un fenómeno lineal, enfocándose en la percepción del mismo así como en sus cualidades abstractas y relativas. Hernández toma en cuenta reflexiones físicas, filosóficas, psicológicas y literarias acerca del tiempo, entendiéndolo como una red multidimensional en la que la memoria, el ahora y la expectativa del futuro se trenzan, como en un ser se forma una corriente de conciencia. En este ensayo ambiental, el tiempo no se concibe como una línea recta unidireccional y progresiva sino como fragmentos o caudales que convergen y forman una compleja colección de estructuras.
El proyecto ocupa dos espacios del museo: la fachada y el cubo. El primero, se ve inmediatamente a distancia; una gran cuadrícula ondulante cubriendo la pared frontal del edificio que enmarca, en su interior, una pequeña pintura en la que un personaje flota sobre un tejido nebuloso y dinámico de líneas y planos que interactúan entre sí (tal vez una visión macroscópica de la retícula exterior). Al segundo espacio se entra, y al hacerlo nos encontramos rodeados por un mural que cubre las paredes del cubo en su totalidad, integrándose impecablemente a sus pliegues. El ojo brinca de un lado a otro intentando enfocar la mirada, formular una hipótesis sobre la naturaleza de la composición y distinguir los colores, mismos que se transforman al interactuar entre sí; “El lugar de una cosa es lo que está en torno a ella”.[1] Al centro del espacio se encuentra otro personaje y una pieza de acero martillado, suspendida del techo, que podría hacernos recordar un río, una serpiente, o una cadena que superpone, interrumpe, o replica - según el punto de vista- elementos del mural; tal vez como una línea que se ha desprendido de la dimensión de la pared. Este componente introduce la noción de diferencia en la instalación; el tiempo, para la física cuántica, no es sino la medida del cambio.
[1] Rovelli, Carlo; El orden del tiempo, Editorial Anagrama, Barcelona, 2018.
Los distintos seres con semblantes humanos que se repiten en la obra de Rodrigo Hernández nos conceden un sentido de familiaridad; podría tratarse siempre del mismo sujeto que muta y se multiplica y al que seguimos en una larga narrativa, o quizá son autorretratos del artista, tal vez son el reflejo de nosotros mismos. Esta intimidad ambigua se acentúa con el título de la exposición conjugado en primera persona del singular, desde un punto de vista individual pero que queda indefinido: ¿Qué escucho cuando escucho el discurrir del tiempo?
Entramos todos a la misma instalación, pero cada quién experimenta una temporalidad distinta; para algunos esta experiencia regresará a la memoria ocupando más tiempo. Pero ya habrán muchos tiempos contenidos en este sitio: el tiempo que tomó en idearse y producirse cada obra; la historia de sus materiales; el tiempo que precisaron para transformarse; el tiempo en un sentido íntimo en el que Rodrigo caminó de la observación a la conjugación de diversas referencias y estilos en uno solo, sumamente personal y a su vez intencionadamente a-histórico, alegremente lleno de contradicciones. En paralelo transcurre el tiempo desde que el visitante leyó la invitación y entró al museo, trayendo consigo un ingrediente que fundamenta nuestra identidad como humanos, y que probablemente es el que resulta esencial en el proceso de la experiencia: la memoria. Vemos así que el tiempo “universal” queda desintegrado en una miríada de tiempos propios, y que cada uno de ellos, a su vez, fluctúa y está disperso como en una nube que no representa un solo tiempo, sino todos los tiempos juntos.
El psicólogo y filosofo estadounidense William James propone un ejercicio sencillo: “Cierra los ojos y simplemente espera escuchar a alguien decirte que un minuto ha pasado. La duración completa de tu ocio parece increíble. Te sumerges en sus entrañas como en las de la interminable primera semana de un viaje en barco, y te encuentras preguntándote cómo la historia ha superado tantos de estos plazos en su curso.”[1] No es tan lejano de “Me detengo y no hago nada. No sucede nada. No pienso nada. Escucho el discurrir del tiempo.”; un título posible de esta exposición, que finalmente fue descartado.
Michele Fiedler
con notas de Rodrigo Hernández
[1] James, William; Principios de psicología, Capítulo XV, “La percepción del tiempo”, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1994. Originalmente publicado en 1890 por Henry Holt and Company, Nueva York, Estados Unidos.